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Como, de acuerdo con esto, el presente está vacío de contenido propio, queda reducido a mero tránsito entre los dos polos temporales que, entre bastidores, por decirlo así, se enfrentan en él.
Sin embargo, el presente es el único que cuenta con presencia real en el texto; está ahí con toda su crudeza y, así pues, su crudeza -o la desesperación que provoca, como decíamos más arriba- es el único argumento visible con el que podemos razonar el salto del pásado al futuro.
O casi.
La “lógica” del poema descansa también sobre un segundo elemento.
Dentro del presente, hay un “subámbito” temporal en el que acaba de producirse (los pretéritos pefectos he conquistado y he vocedo) cierto movimiento. Nos referimos, claro, a la toma de postura por parte del yo poético.
Lo más destacable de esta toma de postura es que el poeta no la argumenta explícitamente. La fe y la paz de las que habla son dos elementos abstractos y la luz que ha alboreado, un elemento simbólico-alegórico. A los tres elementos se refiere con expesiones perifrásticas:
-la fe que he conquistado (una cierta fe que no especifica pero que levanta su esperanza)
-la paz que he voceado (una cierta paz que tampoco concreta)
-la luz que ha alboreado (una cierta luz con un valor simbólico convencional, el de una mañana distinto, o con un valor concreto que el texto por sí solo no nos ayudaría a precisar)
Si observamos el poeka superficialmente, la profesión de esperanza tampoco está apoyada en nada sólido. Lógico: el poema nos habla de un presente vacío. Pero, fuera de lo que es resultado del pasado, nada hay en ese presente; luego en nada, salvo en el horror en sí del presente, se apoyaría el poeta para “tomar una postura”. Pero hay algo más en ese presente: la posibilidad de un futuro diferente también habita ese presente.
Si la proclamación de fe en un futuro diferente es un acto simplemente voluntarioso (y, por tanto, no es un acto pleno), no es una verdadera actuación sobre el presente, sino una llamada desesperada al futuro para que venga por sí mismo, sólo con que se le invoque. En otras palabras, el yo poético no actuaría para cambiar el presente y transformarlo en un futuro mejor, sino que pide, desea o ruega que cambie.
Vemos, en definitiva, al poeta social, Blas de Otero, repitiendo, reformulando el papel del poeta romántico de médium entre la Verdad y el pueblo. El poeta anuncia al pueblo la llegada de un nuevo mundo, como un profeta, en medio de una visión que no da más razones de sí misma ni muestra otras evidencias que su imperiosa y bella expresión en el poema.
De modo, a fin de cuentas, que todo apunta a que el porvenir más halagüeño debe llegar porque en el presente las cosas son así de dolorosas y porque eso ha exasperado al poeta hasta hacerle desear un futuro mejor…
Si no hubiera tantas cosas implícitas en este poema, si no fuera fruto de un momento poético y de una éopoca concretas, de un pensamiento político y social concreto que le dan sentidos adicionales a su literalidad, aquí estaría toda la lógica borrosa -imperfecta- del poema: el poeta, o cualquier hombre, por el hartazgo que produce el dolor, con sólo desearlo hará venir tiempos mejores.
Tal como está dispuesto el poema, parece desprenderse de él que la misma dureza de lo vivido ha preparado (¿fortalecido?) al hombre para sobreponerse a todo ello.
El poema nos muestra un presente sin sentido, sin ser, y pide o invoca el cambio. Vemos el estancamiento del presente, pero no cómo llegó a él ni cómo va a salir de él. Por tanto, vistos desde fuera, tan faltos de apoyo en el propio poema, tan infundamentados, tan irreales aparecen el pasado como el futuro.
La clave, los motivos para el cambio, son dos recientes movimientos que se han producido en el interior-en el ánimo- del poeta (he conquistado, he vocedo) y una inexplicada luz que ha alboreado; un misterioso fenómeno sin voluntad ni agente conocido que de este modo, a primera vista, toma la apariencia de una fatalidad como la misma “tormenta” a la que sucede.
A falta de un razonamiento auténtico, pues, el poema podría correr el riesgo de ser interpretado como si el poeta tuviese una concepción cíclica del mundo en la que el bien sucede al mal inevitablemente, o como si contemplase el mundo como un ente convulso que oscila entre los extremos del mal y del bien en pulsaciones sucesivas… No parece que sea así, y debe ser una concepción digamos que rousseauniana del hombre, una categórica confianza en la bondad esencial del hombre y de su mundo, lo que empuja el ánimo del poeta a estar convencido de que tras tantas desgracias ya no puede sobrevenir otra cosa que el amanecer del bien.
El bien, la bondad, la paz, la justicia, deben ser fuerzas ineluctables, un destino, para que sin elementos para una argumentación elaborada, sin justificación explícita, el poeta proclame con esa convicción el fin inminente de los horrores presentes.
Por la situación del poema en la etapa de poesía social de Blas de Otero, debemos pensar que el motor implícito del cambio es el triunfo de la justicia, la igualdad y la libertad en un marco político y social renovados donde el pueblo se erigirá en protagonista: una utopía política y social, un ideario -el comunista, se afilió al PC en 1952- han llenado de esperanza el corazón de poeta y enardecido por ese ímpetu encuentra el coraje para anunciar el advenimiento de un nuevo mundo en medio de estos días grises.